Las puertas se esconden dentro de los tabiques, se pliegan, se escamotean, pivotan, prescinden de jambas y manijas, se cierran magnéticamente y reducen su perfil a la mínima expresión, cuando no se enrasan con la pared.
Podríamos entender como puertas invisibles aquellas que se integran dentro de la pared o muro que las contienen, sin tener tapajuntas exteriores que la remarquen.
Las puertas invisibles se componen de una hoja normalmente de madera o tablero contrachapado que, a diferencia de las hojas de las puertas convencionales, sus cantos suelen llevar unas pequeñas muecas que se adaptan a los perfiles que hacen las veces de premarco.
Las puertas «invisibles» permiten flexibilizar el espacio, conectando o aislando estancias a voluntad a la vez que sacan el máximo provecho a los metros disponibles.
En el diseño contemporáneo y en la búsqueda por la homogeneidad dentro del espacio, las puertas invisibles se convierten en un elemento aliado.
Las puertas se han convertido en algo tan habitual en nuestras casas y edificios que a veces no reparamos en ellas.
Las puertas prácticamente invisibles que quedan perfectamente enrasadas con la pared.
No tiene necesidad de jambas alrededor y las bisagras vienen ocultas tanto si la puerta se abre hacia fuera, tirando, o hacia el interior, empujando.
Si prescinde de marco consigue que se camufle y se haga invisible, creando una superficie continua.
Un tipo de puerta que bien puede integrarse en el proyecto de decoración como puerta de paso, bien como frente de un armario.
En cualquier caso, el objetivo es que no destaque especialmente su presencia.
Que esa puerta, necesaria, no se vea tanto, que prácticamente se camufle en la pared.
Flexibilidad es la palabra clave en la distribución contemporánea, y nada mejor para lograrla que optar por puertas que pueden «desaparecer» cuando lo necesitamos.