No es que seas menos guapa, hay una explicación científica detrás. Tu cerebro te engaña: Te acostumbras a tu reflejo y cuando te ves en una foto (que no es espejada), sientes que algo no encaja. La cámara distorsiona: Dependiendo del lente y el ángulo, tu rostro puede verse más ancho o más alargado. La luz lo cambia todo: La iluminación del espejo es uniforme, pero en una foto, una mala luz puede crear sombras raras. Tu expresión es clave: En el espejo te ves en movimiento, en una foto puedes quedar con una expresión tensa si no sabes posar. La percepción del reflejo es determinante, ya que tu reflejo es familiar porque lo ves todos los días, por lo tanto, tu cerebro lo asume como la versión correcta. La distorsión de la imagen también es relevante, ya que las cámaras no ven como nuestros ojos, y la luz en los espejos suele ser frontal, lo que suaviza los rasgos y genera una imagen más favorecedora. La iluminación es un factor clave, ya que en una fotografía, la luz puede incidir desde distintos puntos, creando sombras que modifican la percepción del rostro. Nos vemos en movimiento y con esas microexpresiones naturales, pero una imagen estática congela un instante determinado que puede transmitir tensión o rigidez si no se sabe posar adecuadamente. La combinación de la familiaridad con el reflejo, la distorsión de la cámara y la iluminación hacen que la autoimagen cambie dependiendo del contexto visual en el que se observe.