Los suelos arcillosos coloquialmente son denominados como se le puede fuertes, pesados o ardientes.
Esto es así, por su gran capacidad para retener el agua.
Podríamos considerar esta capacidad como una ventaja cuando los años son de lluvia media o alta.
Sin embargo, en años secos esto se vuelve en contra, ya que retienen el agua con fuerza y no permiten que las plantas la utilicen.
Suelen ser suelos fértiles donde la capacidad de retención de nutrientes es alta, por lo que responden bien a la nutrición externa y evitan que se laven fácilmente los nutrientes aportados.
El origen de este tipo de suelos es la meteorización de la roca caliza que genera alta presencia de esta y que le otorga el color blanquecino a la tierra.
Sus características son prácticamente las mismas que en los suelos arcillosos.
Sin embargo, presentan un pH bastante elevado, lo que supone un problema al bloquear en el suelo algunos macronutrientes y micronutrientes esenciales para la nutrición de las plantas.
Por último, los suelos salinos como su nombre indica tienen una alta presencia de sales, independientemente del tipo de textura que tenga el suelo.
Cuando se suma un suelo arcilloso con un suelo salino la capacidad productiva del suelo disminuye mucho.
El principal problema que presenta es la dificultad severa para la absorción del agua por parte de la planta.
Esto se traduce en que solo se pueden dar en estos suelos plantas adaptadas.
También son conocidos como suelos frescos, estando a medio camino entre el arcilloso y arenoso.
Disponen de una textura media y una buena capacidad de retención de agua, pero también de liberación de esa agua para la planta.
Están a medio camino entre arcilloso y arenoso, por su fertilidad media, capacidad media de erosión y una capacidad de mineralización de la materia orgánica también media.
Es un tipo de suelo muy interesante para el cultivo de especies perennes como el olivo, almendro o la vid.
Además, es más fácil su manejo por parte del agricultor.