Según explica Luis Guillén Plaza, psicólogo especialista en sexología y terapia de pareja, los límites en la intimidad y el hábito de bañarse con los padres no son los mismos en todas partes.
Las normas sociales y culturales tienen un impacto directo en aspectos como la desnudez, el contacto físico y la educación sexual en el hogar.
En los países nórdicos, por ejemplo, es habitual que en las familias el cuerpo se vea con naturalidad y sin tabúes, mientras que en Japón y Corea del Sur supone un momento de relajación y convivencia y se entiende como una actividad social más.
Por el contrario, según informa Guillén, en sociedades con fuerte influencia cristiana, como España y América Latina, la desnudez suele estar más restringida por valores de privacidad y pudor.
Guillén reconoce que no hay una edad universal para dejar de bañarse con los hijos, ya que depende de las costumbres familiares y de las normas culturales, pero señala que, a partir de los 3 años, es recomendable fortalecer su autonomía, y a los cinco o seis evitar esta rutina.
Laura Cerdán, psicóloga clínica y psicopedagoga, agrega que bañarse con los hijos puede ser beneficioso durante los primeros años de vida porque puede fortalecer el vínculo afectivo, además de ayudar a desarrollar confianza y seguridad emocional.