Las «puertas giratorias» (revolving doors, en inglés), la posibilidad de pasar de la empresa a la política y/o de la política a la empresa, no tienen buena prensa.
Como casi todo en la vida, pueden ser fuente de riesgos, pero también de oportunidades.
Si solo vemos los riesgos, nunca entenderemos lo que puede pasar ahí.
El peligro del empresario metido a político es el conflicto de intereses: tener un sesgo en sus actuaciones en favor de la empresa de la que proviene.
Pero esto mismo pasa en muchos casos, en la vida privada: por ejemplo, es frecuente que una empresa contrate a un directivo que venga del mismo sector, de modo que podrá tener preferencias por ciertos proveedores, o mejores tratos con ciertos clientes, o deseará llevarse consigo a sus empleados más eficaces, o conocerá muchos secretos de su antiguo empleo…
La puerta giratoria funciona también en sentido contrario, de la política a la empresa privada.
Los peligros son parecidos: un trato de favor a ciertas empresas o sectores, por si el político puede recalar en ellas cuando cambie el viento; la conservación a amistades y relaciones, que pueden dar lugar a tratos de favor de otros…
Pero, insisto, esto pasa también en la empresa: los contratos de los directivos suelen tener cláusulas rigurosas sobre la posibilidad de trabajar en la competencia o de llevarse los secretos de una empresa a otra.
De nuevo, lo que procede es cuidar las normas de prudencia y cumplir la ley.