El azul aporta calma y serenidad. Se ha demostrado que este color ayuda a reducir la presión arterial y la frecuencia cardíaca, lo que promueve la relajación y un sueño más profundo. Además, ayuda a la producción de melatonina, la hormona del sueño.
El amarillo, especialmente en tonalidades cremas y yema, también tiene un efecto relajante y promueve el sueño reparador.
Es importante, sin embargo, evitar los tonos fuertes de amarillo, que ejercen el efecto contrario y pueden provocar una sobreestimulación, algo que debemos evitar si hablamos del dormitorio.
El verde es otro tono relajante por excelencia.
Tal vez porque lo asociamos a la naturaleza y el aire limpio, se ha demostrado que reduce el estrés y la ansiedad y que también tiene beneficios a la hora de despertarnos, ya que es un color que inspira optimismo.
El rojo, en todas sus tonalidades, es demasiado enérgico y puede interferir con nuestro ciclo de vigilia-descanso.
También se asocia con un peor despertar y puede provocar dolores de cabeza o estimular la aparición de pesadillas.
El morado es otro color excitante que los expertos recomiendan para despachos o zonas de juego, pero no para lugares destinados al descanso.
En el estudio recogido por la cadena hotelera Travelodge, el morado interrumpe la desconexión entre el día y la noche, aumenta la presión arterial y dificulta la relajación.
Finalmente, y pese a lo extendido que está decorar nuestros dormitorios de maderas oscuras como la de wengué, de roble o la de caoba, el marrón está desaconsejado en la psicología del color porque transmite soledad y aislamiento, lo que impacta en el proceso biológico para relajarnos y sentirnos en un entorno seguro y reconfortante.