Es umbral, tránsito, pero también está ligada simbólicamente a la idea de casa, patria o mundo que abandonamos y a los que volvemos pasando siempre a través de ella. La puerta es un símbolo femenino en el sentido de apertura, de invitación a penetrar en el misterio, lo opuesto al muro, que sería lo masculino. Existe una relación entre la función simbólica de la puerta como posibilidad visible y externa que permite el paso hacia el interior, y el centro, lo más profundo e invisible que da sentido a todo el conjunto. En el ritual cristiano, “Janua coeli”, puerta del cielo, es una de las advocaciones en las letanías de la Virgen que evoca este simbolismo de lo femenino. Esto se advierte en la decoración arquitectónica de las catedrales, en las que, con frecuencia, la portada es semejante al retablo del altar mayor.
En el arte medieval europeo era muy frecuente poner adosada en las puertas principales la cabeza de un monstruo de cuya boca pendía un anillo que el animal sujetaba entre sus dientes, símbolo de la “puerta estrecha” o de las pruebas para entrar en los misterios, en los que, como es bien sabido, para penetrar había que superar difíciles pruebas.
Jano, el dios de doble faz de los romanos, era el Guardián de las Puertas en la antigua Roma. Sus insignias son la llave y la varita que le sirve para apartar todo lo que no debe penetrar por la puerta. Jano, el dios de doble faz de los romanos, era el Guardián de las Puertas en la antigua Roma.