Abrir las ventanas y las puertas con regularidad, permitiendo la entrada de aire fresco. Utilización de ventiladores para ayudar a mover el aire a través del espacio. Seguir protocolos de limpieza que tengan en cuenta la limpieza del aire. Mantener, siempre, una correcta limpieza de los conductos de ventilación y los filtros de aire acondicionado o similar. Utilizar extractores de aire en cocina y baños. Emplear deshumidificadores para reducir la humedad del aire. Instalar sistemas de ventilación mecánica controlada, centrales de tratamiento de aire o similar. En la medida de lo posible, realizar un estudio para el diseño de un sistema de ventilación adecuado. Evitar la ventilación con aire exterior sin filtrar en áreas de alta contaminación. Instalar medidores de CO2 para conocer la situación del espacio en cada momento y actuar en base a los resultados. La ventilación es importante porque permite la circulación del aire fresco y ayuda a mantener un ambiente saludable en un espacio cerrado. El aire fresco puede reducir la acumulación de contaminantes y la humedad, por lo que ventilar contribuye a la prevención de enfermedades respiratorias y alergias. La recomendación tan habitual de ventilar los espacios interiores para mejorar la calidad del aire y reducir la incidencia de ciertas enfermedades parece que, en otoño e invierno, entra en conflicto con la consigna del ahorro energético. En los edificios que tienen la infraestructura necesaria para renovar el aire en función de sus necesidades y condicionantes, ni siquiera es necesario abrir las ventanas para ventilar. De hecho, es contraproducente porque afecta a la eficiencia energética e interfiere en el trabajo de dichos sistemas. Otra alternativa posible, mucho más sencilla y económica, es la limpieza del aire. Por ejemplo, con ozonizadores, filtros HEPA en los sistemas de climatización, etc. Siempre, desechando cualquier solución que implique el uso de sustancias químicas.