Aprender de la diferencia, premisa básica en la construcción de una educación inclusiva, equitativa y justa.
La diversidad comprehende variadas características personales y estilos de vida cuyo producto es la heterogeneidad de los seres humanos, así, “la heterogeneidad de los estudiantes es producto de la diversidad étnica, lingüística, cultural, de capacidades, social y económica, entre otras” (SEP, 2019-2020).
Para atender esa diversidad y cumplir con el propósito de dar una educación adecuada y de calidad, es indispensable originar un ambiente en las clases que permita la inclusión de todo el alumnado.
El ambiente en el aula es el espacio donde los NNA interactúan bajo condiciones físicas, humanas, sociales y culturales.
El ambiente inclusivo, además de lo anterior, crea un sentido de pertenencia, estimula humana y positivamente a quienes participan de él.
Para lograr buenos resultados en el aprendizaje de los estudiantes, los docentes deben priorizar las interacciones significativas entre ellos.
De acuerdo a Melania Monge (2009), dentro de las principales estrategias para la generación de ambientes inclusivos de aprendizaje podemos considerar contextualizar la educación, propiciar conflictos cognitivos y, como ya se ha mencionado, poner en práctica el aprendizaje colaborativo.
El aprendizaje colaborativo potencia las interacciones que se dan en el aula a través de técnicas y actividades que facilitan la interdependencia positiva, la responsabilidad solidaria y la ayuda entre iguales para alcanzar los objetivos y metas.