La principal característica de la luz dura son las sombras definidas.
En una fotografía con luz dura es muy sencillo ver y delimitar dónde empieza una sombra y donde termina.
Esto, además, provoca un alto contraste: las partes iluminadas por la luz son muy brillantes y aquellas marcadas por la sombra están muy oscurecidas.
En una fotografía con luz dura la luz es principalmente blanca o tiene un tono cálido muy característico.
La intensidad de la luz es también mayor, como hay mucha luz y mucha sombra, puede verse claramente la incidencia de la fuente lumínica.
La luz llega al cuerpo que ilumina en forma de rayos más pequeños que no siguen una línea recta, sino que se dispersan, provocando un efecto completamente diferente al de la luz dura.
En este caso las sombras son mucho más tenues y difusas; los contrastes también están mucho menos marcados y resulta complicado discernir dónde empiezan y dónde acaban las luces y las sombras.
A diferencia de la luz dura, la luz difusa tiene un tono algo más azulado y, sin duda, la intensidad de la luz es mucho menor cuando usamos difusores para hacer fotografías.
La labor del fotógrafo consiste en compensar la exposición para que la fotografía no se subexponga o se sobreexponga.
Para compensar una luz demasiado dura que podría incidir en lugares que no te interesan para el resultado que quieres lograr tienes varias opciones.